LA PROFESIÓN DOCENTE ANTE LOS DESAFÍOS DEL PRESENTE Y DEL FUTURO
LA PROFESIÓN DOCENTE
ANTE LOS DESAFÍOS DEL PRESENTE Y DEL FUTURO
Francisco Imbernón
Universidad de
Barcelona
Los profesores trabajan en un
sistema educativo en el que se socializan personal y profesionalmente, que
ellos interpretan, pero que no definen en su origen; su independencia
profesional es, en todo caso, una aspiración, una conquista a obtener, no un
punto de partida. Esa realidad laboral de los profesores es inherente al papel
que están llamados a 'cumplir en el sistema educativo. La historia de éste
sirve para comprender el camino seguido en la concreción de una determinada
imagen de profesionalidad que se reproduce básicamente y sirve para
racionalizar las prácticas de formación del profesorado. Reproducción que actúa
muchas veces implícita y otras explícitamente, cuando se plantean los programas
de formación como una respuesta ajustada a las tareas que los profesores deben
desempeñar, sin cuestionar la realidad socio institucional que define esas
funciones. Después, las instituciones, los curricula, la metodología y las
conceptualizaciones racionalizadoras de la existencia y funcionamiento de todo
este subsistema de formación, concretan y expresan de alguna manera la realidad
institucionalizada del puesto de trabajo a desempeñar, en coherencia con la
función social que el propio sistema educativo cumple. (Gimeno, J. (1987),
"Presentación" en Popkewitz (Editor): Formación del profesorado.
Tradición, Teoría y Práctica. Universidad de Valencia. Valencia. 1. La docencia
como profesión Aunque el estatus funcionarial (en el sistema público) marque de
una manera determinante las relaciones laborales y éstas no hayan variado de
modo significativo en el último cuarto de siglo, no sucede del mismo modo en lo
que afecta al ámbito estrictamente profesional donde cambia más rápidamente. En
los últimos tiempos se han cuestionado muchos aspectos que, hasta ese momento,
se consideraban inamovibles. Hemos visto cómo se ha ido cuestionando el
conocimiento nocionista e inmutable de las ciencias como substrato de la educación
y se ha ido abriendo a otras concepciones en las que la incertidumbre tiene un
papel importante. Pero sobre todo ha ido incorporando también los aspectos
éticos, colegiales, actitudinales, emocionales…, todos ellos necesarios para
alcanzar una educación democrática de los futuros ciudadanos. Así pues, se ha
empezado a valorar la importancia del sujeto, y la de su participación, y por
tanto a la relevancia que adquiere en la educación el bagaje sociocultural (por
ejemplo la comunicación, el trabajo en grupo, la elaboración conjunta de
proyectos, la toma de decisiones democrática, etc.). Por supuesto que conviene
estar alerta para impedir que se trate de una reconceptualización de los
sistemas económicos y de regulación del mercado para introducir elementos que
pueden suponer una autonomía vigilada, autorizada o una colegialidad
artificial; y en todo caso para evitar ceder en autonomía (decisiones políticas
educativas, gestión autónoma, currículos contextualizados...) y para seguir
potenciando una verdadera participación colectiva profesional. Esta renovada
institución educativa, y esta nueva forma de educar, requiere una
reconceptualización importante de la profesión docente y una asunción de nuevas
competencias profesionales en el marco de un conocimiento pedagógico,
científico y cultural revisado. Es decir, la nueva era requiere un profesional
de la educación distinto. Pero no podemos analizar los cambios de la profesión
docente sin obviar que ello ha planeado durante muchos años alrededor del
debate sobre la profesionalización docente, y como dice Labaree (1999:20):
“existe una serie de razones para creer que el camino hacia la
profesionalización de los docentes se encuentra lleno de cráteres y arenas
movedizas: los problemas propios que surgen al intentar promocionar los
criterios profesionales dentro de una profesión tan masificada, la posibilidad
de la devaluación de las credenciales como consecuencia del aumento de los
requisitos educativos, el legado nivelador de los sindicatos de la enseñanza, la
posición histórica de la enseñanza como forma de trabajo propio de las mujeres,
la resistencia que ofrecen los padres, los ciudadanos y los políticos a la
reivindicación del control profesional de los centros escolares, el hecho de
que la enseñanza se haya incorporado tarde a un campo plagado de trabajos
profesionalizados, la previa profesionalización de los administradores de los
centros y el poder atrincherado de la burocracia administrativa, la prolongada
tradición de llevar a cabo reformas educativas por medios burocráticos (...) y
la diversidad de entornos en que tiene lugar la formación del profesorado.” Y
aquí cabe preguntarse, ante tantas dificultades para asumir una
profesionalización docente, ¿cuáles son las competencias necesarias para que el
profesional de la docencia asuma esa profesionalización en la institución
educativa y tenga una repercusión educativa y social? Históricamente, las
características de la profesión docente, o sea la asunción de una cierta
profesionalidad (desde el momento que la docencia es asumida como “profesión”
genérica y no como oficio, ya que siempre se ha considerado como una
semiprofesión en el contexto social), se caracterizaba por unos rasgos en los
que predominaba el conocimiento objetivo, el saber de las disciplinas a imagen
y semejanza de otras profesiones. Saber, o sea poseer un cierto conocimiento
formal, era asumir la capacidad de enseñarlo. A parte de esas características
de un conocimiento formal establecido de antemano (según Abbot, 1988:8,
aplicación de un conocimiento abstracto a casos concretos) se aboga, si se
desea ser un profesional, por una autonomía profesional; es decir, el poder
tomar decisiones sobre los problemas profesionales de la práctica. En la
actualidad, para la educación del futuro esas históricas características se
consideran insuficientes aunque no es discutible que sean necesarias. El
contexto adquiere cada vez más importancia, la capacidad de adecuarse a él
metodológicamente, la visión de la enseñanza no tanto técnica, como la
transmisión de un conocimiento acabado y formal, sino más bien como un
conocimiento en construcción y no inmutable, que analiza la educación como un
compromiso político preñado de valores éticos y morales (y por tanto, con la
dificultad de desarrollar una formación desde un proceso clínico) y el
desarrollo de la persona y la colaboración entre ellas como un factor
importante en el conocimiento profesional. Esto nos lleva a valorar la gran
importancia que tiene para la docencia el aprendizaje de la relación, la
convivencia, la cultura del contexto y el desarrollo de la capacidad de
interacción de cada persona con el resto del grupo, con sus iguales y con la
comunidad que enmarca la educación. Este análisis nos ayuda a acercarnos a un
proceso en el que el conocimiento profesional, más allá de una taxonomía de
rasgos unificadores de toda la profesión docente, será fundamental. Y en él
destacará como característica primordial la capacidad reflexiva en grupo, pero
no únicamente como aspecto de operativización técnica sino como proceso
colectivo para regular las acciones y decisiones sobre la enseñanza ya que el
mundo que nos envuelve se ha hecho cada vez más complejo y las dudas, la falta
de certeza y la divergencia son aspectos consustanciales con los que debe
convivir el profesional de la docencia; y de hecho cualquier profesional de no
importa qué sector.
Orígenes del conocimiento
profesional de la enseñanza
El Sistema Educativo siempre ha
situado la formación del profesional de la educación, o sea la
profesionalización docente, en el contexto de un discurso ambivalente, o
paradójico, o simplemente contradictorio: a un lado, la retórica histórica de
la importancia de esta formación y enfrente, la realidad de la miseria social y
académica que le ha concedido.
A pesar de la consciencia de que
tratar sobre el conocimiento profesional, o lo que es lo mismo sobre el
conocimiento pedagógico del profesorado, constituye todo un dilema, y que aún
es un tema que hay que continuar definiendo, conceptualizando y analizando más
allá del debate funcionalista y administrativo de la profesionalización
docente, o en la superación del tópico de investigación sobre el profesorado
que ha venido a denominarse ciclos vitales del profesorado (en los que la
relación del conocimiento profesional se establece en comparación entre edad y
características personales y profesionales, y que ve a todo profesional igual
cualquier que sea su contexto). Ello nos obliga a replantearnos la adquisición
del conocimiento profesional base (nos referimos al conocimiento profesional de
iniciación a la profesión que se recibe en la formación inicial, de la que nos
ocuparemos más extensamente en el siguiente apartado). En este sentido, las
preguntas podrían ser: ¿Cuáles son los contenidos, capacidades, destrezas,
habilidades básicas para ejercer de docente que deberían asumirse en la
formación inicial? ¿Cuál es el conocimiento necesario y relevante y cuál el
superfluo? ¿Cómo se demuestra que el conocimiento profesional que se recibe es
un conocimiento especializado y no vulgar? Algunas cosas ya sabemos, en las
últimas décadas se han originado muchas investigaciones sobre el conocimiento
profesional de los enseñantes. Sabemos que el conocimiento pedagógico base es
difícil que tenga un carácter muy especializado ya que el conocimiento
pedagógico especializado está estrechamente unido a la acción, de ahí que una
parte de ese conocimiento sea práctico (Elbaz, 1983; Connelly y Cladinin,
1985), adquirido a partir de la experiencia que suministra constante
información que se procesa en la actividad profesional. La formación inicial ha
de suministrar las bases para poder construir ese conocimiento pedagógico
especializado. Como dice Elbaz (1983), el análisis del conocimiento del
profesorado "más bien responde al propósito de empezar a contemplar la
actividad de enseñanza como ejercicio de un tipo especial de conocimientos con
los que, al realizar su trabajo, afrontan todo tipo de tareas y
problemas".
Cuando la docencia como profesión se analizaba
desde la asunción del conocimiento profesional desde una perspectiva únicamente
técnica y funcionalista, pasaba inevitablemente por identificar las
competencias genéricas del profesorado para entrever los efectos en el alumnado
(en su tiempo, desde los años setenta, se dedicaron a ello muchas
investigaciones, un buen ejemplo es el estudio de Oliva y Henson –1980,
Florida, USA- en el que identifican 23 competencias genéricas distribuidas en
básicas, técnicas, administrativas, de comunicación e interpersonales).
En esta perspectiva se distinguen tres
componentes en el conocimiento profesional práctico (Schein, 1980, citado por
Pérez Gómez, 1988):
• Un componente de ciencia básica o disciplina
subyacente sobre el que descansa la práctica o sobre el que ésta se desarrolla.
Lo que ha venido a llamarse el conocimiento profesional del contenido.
• Un componente de ciencia
aplicada o ingeniería del que se derivan los procedimientos cotidianos de
diagnóstico y solución de problemas como una actividad instrumental. Lo que
podría denominarse el conocimiento didáctico del contenido.
• Un componente de competencias y actitudes
que se relaciona con su intervención y actuación al servicio del cliente,
utilizando el conocimiento básico y aplicado subyacente. Aquí podríamos situar
el conocimiento profesional psicopedagógico. Es una perspectiva que actualmente
se ha cuestionado por lo que se refiere al desarrollo del conocimiento
profesional. El cuestionamiento se debe a diversos factores: - La subordinación
de la profesión a la producción del conocimiento de otros. - La desconfianza en
el profesorado, al que se considera incapaz de generar conocimiento pedagógico
y por tanto, de generar conocimiento pedagógico válido. - La separación entre
teoría y práctica, en la que la práctica se considera una aplicación de la
teoría, no existiendo una relación dialéctica entre ellas. - El aislamiento
profesional, por el desarrollo de un modelo metodológico de aula. - La
marginación de los problemas morales, éticos, sociales y políticos de la
educación, que son olvidados y marginados en el conocimiento formal. - El
impulso del gremialismo, más que del trabajo conjunto para la mejora colectiva.
- El factor de la descontextualización, ya que las soluciones a la práctica son
aplicables a cualquier contexto educativo. En síntesis, no son cuestionados
únicamente los planteamientos epistemológicos de la forma de transmitir el
conocimiento que proponen, sino sobre todo el olvido del conocimiento
profesional cultural, o del contexto, y el conocimiento práctico con toda su
carga de compromiso científico, político, eticidad y moralidad de la profesión
de educar. Desde otras perspectivas no técnicas, el conocimiento, respecto al
ejercicio de la enseñanza en todo docente, se encuentra fragmentado en diversos
momentos: • La experiencia como discente, cada vez mayor y que se comparte con
la mayoría de la población, que supone una socialización (conocimiento vulgar)
de la enseñanza a partir de las concepciones y creencias (tema ya desarrollado
desde Lortie, 1975, en donde se empieza a dar mucha importancia a la
experiencia previa como alumno o alumna, que queda como una impronta en
ocasiones más importante que la formación inicial técnica en los centros de
formación).
• La socialización (conocimiento)
profesional mediante la formación inicial específica. Actualmente con rango
superior o universitario en la mayoría de países.
• La vivencia profesional inmediatamente
posterior en el campo de la práctica educativa que lleva a la consolidación de
un determinado conocimiento profesional (mediante la asunción de esquemas,
pautas y rutinas profesionales). Lo que se ha venido a llamar el período de
iniciación a la docencia.
• La formación permanente que
tiene una función de cuestionar o legitimar el conocimiento profesional puesto
en práctica. La formación permanente asume un papel de descubrir la teoría para
ordenarla, fundamentarla, revisarla y destruirla si fuera preciso. Tiene una
intencionalidad de remover el sentido común pedagógico, para recomponer el
equilibrio entre los esquemas prácticos y los esquemas teóricos que sustentan
la práctica educativa. Todo ello implica partir de un conocimiento profesional
dinámico y no estático que se va desarrollando a lo largo de la carrera
profesional (parte del desarrollo profesional del docente conjuntamente con
otros elementos laborales) y por tanto, considerar la docencia como una
profesión que posee unos determinados momentos de socialización (la falta de
alguno de ellos puede generar un conocimiento parcial o el asentamiento de
rutinas no basadas en el conocimiento considerado como válido en ese momento);
y que posee también unas determinadas características (la profesionalidad):
algunas deterministas y apriorísticas, y otras, consecuencia de la
idiosincrasia de las personas y los contextos particulares en que se mueve la
profesión docente y su inserción en una institución específica.
El conocimiento profesional base.
La primera socialización, la que se ha
denominado “adquisición del conocimiento pedagógico vulgar”, ha ido en aumento
con la democratización del sistema educativo. Los ciudadanos transitan cada vez
más por el sistema educativo y asumen una determinada visión de la enseñanza.
Esta socialización vulgar comporta asumir estereotipos y esquemas (cuando no
estigmas) que, en algunos casos, son difíciles de eliminar. Ciertos principios
de acción educativa serán interiorizados durante esa etapa escolar. Es la
asunción de esquemas o de imágenes determinadas de la enseñanza (Zeichner y
Gore, 1990). ¿Cómo superar ciertas imágenes de prácticas escolares obsoletas
para la ejercitación de la profesión de enseñar en el futuro? Si la
socialización vulgar adquiere tanta importancia en las ideas previas del futuro
profesorado, debería partirse de ellas en los programas de formación ya que
puede darse el caso de que en el momento de la práctica profesional se
recuperen ciertas prácticas vividas como alumno o alumna, más incluso que
algunas prácticas mal aprendidas en la formación inicial. La formación inicial,
como inicio a la socialización profesional y a la asunción de principios y
reglas prácticas (Elbaz, 1983), ha de evitar dar la imagen de un modelo
profesional asistencial y voluntarista que a menudo lleva a un posterior papel
de técnico-continuista, que refleja un tipo de educación que sirve para adaptar
acríticamente a los individuos al orden social y hace al profesorado vulnerable
al entorno económico, político y social.
Por el contrario, dotar de un bagaje sólido en
los ámbitos científico, cultural, contextual, psicopedagógico y personal ha de
capacitar al futuro profesor o profesora para asumir la tarea educativa en toda
su complejidad, actuando reflexivamente con la flexibilidad y la rigurosidad
necesarias, esto es, apoyando sus acciones en una fundamentación válida para
evitar caer en la paradoja de enseñar a no enseñar, o en una falta de
responsabilidad social y política que conlleva todo acto educativo y en una
visión funcionalista, mecánica, rutinaria y no reflexiva de la profesión que
ocasiona un bajo nivel de abstracción, de actitud reflexiva y un escaso
potencial de aplicación innovadora. La estructura de la formación inicial debe
posibilitar un análisis global de las situaciones educativas que, a causa de la
carencia o la insuficiencia de la práctica real, se limitan predominantemente a
simulaciones de esas situaciones. Es necesario establecer una preparación que
proporcione un conocimiento válido y genere una actitud interactiva y
dialéctica que conduzca a valorar la necesidad de una actualización permanente
en función de los cambios que se producen; a ser creadores de estrategias y
métodos de intervención, cooperación, análisis, reflexión; a construir un
estilo riguroso e investigativo. Aprender también a convivir con las propias
limitaciones y con las frustraciones y condicionantes que procura el entorno ya
que la función docente se mueve en contextos sociales que, cada vez más,
reflejan fuerzas en conflicto. Ello implica que las instituciones o cursos de
preparación para la formación inicial deberían tener un papel decisivo en la
promoción no únicamente del conocimiento profesional sino de todos los aspectos
de la profesión docente, comprometiéndose con el contexto y la cultura en la
que ésta se desarrolla. También es necesario que los futuros profesores y
profesoras estén preparados para entender las transformaciones que vayan
surgiendo en los diferentes campos y para que sean receptivos y abiertos abiertos a concepciones pluralistas,
capaces de adecuar sus actuaciones a las necesidades de los alumnos y alumnas
en cada época y contexto. Para ello es necesario aplicar una nueva metodología
y, al mismo tiempo, realizar una investigación constante (el profesorado es
capaz de generar conocimiento pedagógico en su práctica) que vaya más allá de
proporcionarles un tropel de conocimientos formales y formas culturales
preestablecidas, estáticas e inamovibles, sino más bien una actitud de
investigación que tenga en cuenta tanto la perspectiva teórica como práctica,
la observación, el debate, la reflexión, el contraste de puntos de vista, el
análisis de la realidad social, el aprendizaje vicario mediante estudio de
casos, simulaciones y dramatizaciones. El currículum formativo para asimilar un
conocimiento profesional base debería promover experiencias interdisciplinarias
que permitan al futuro profesor o profesora integrar los conocimientos y los
procedimientos de las diversas disciplinas (o disciplina) con una visión
psicopedagógica (integración y relación del conocimiento didáctico del
contenido con el conocimiento psicopedagógico). Y ello se conseguirá facilitando
la discusión de temas, ya sea reflexionando y confrontando nociones, actitudes,
realidades educativas…, analizando situaciones pedagógicas..., que les lleven a
plantear, clarificar, precisar y reconducir conceptos, a incidir en la
formación o modificación de actitudes estimulando la capacidad de análisis y de
crítica y activando la sensibilidad por los temas de actualidad. También será
necesario promover la investigación de aspectos relacionados con las
características del alumnado, su proceso de aprendizaje en relación con algún
aspecto, las del contexto..., ya sea de manera individual o cooperando con sus
compañeros, que les permita vincular teoría y práctica, ejercitar su capacidad
para manipular información, confrontar los resultados obtenidos con los
previstos por ellos y con los de otras investigaciones, con los conceptos ya
consolidados, etc. Y analizar también situaciones que les permitan percibir la
gran complejidad del hecho educativo más allá de asumir una cierta cultura
laboral (esto supone desarrollar unas prácticas como un componente de la
formación realmente reflexivo), unas competencias que les permitan y les
conduzcan a tomar decisiones, a confirmar o modificar actitudes, valores; en definitiva,
a configurar la propia opción pedagógica. Esta formación, el conocimiento
profesional base, debe permitir trabajar en una educación del futuro y ello
hace necesario replantearse tanto los contenidos de la formación como la
metodología con que éstos se transmiten, ya que el modelo aplicado (planificación,
estrategias, recursos, hábitos y actitudes…) por los formadores de profesorado
actúa también como una especie de “currículum oculto” de la metodología. Es
decir, los modelos con los cuales el futuro profesor o profesora aprende se
perpetúan con el ejercicio de su profesión docente ya que estos modelos se
convierten, incluso de manera involuntaria, en pauta de su actuación. En el
desarrollo del conocimiento profesional la metodología debería fomentar los
procesos reflexivos sobre la enseñanza y la realidad social a través de
diversidad de experiencias. Así pues, si hay que dirigir la formación hacia el
desarrollo y la consolidación de un pensamiento educativo, incluyendo los
procesos cognitivos y afectivos que inciden en la práctica del profesorado, este
pensamiento educativo debería ser producto de una praxis ya que no sólo se
enseña sino que se va aprendiendo a lo largo del proceso. Como consecuencia, en
este proceso de formación deberían aparecer las prácticas en centros educativos
como elemento destacable, convertidas éstas en "aprendizajes
prácticos" y no únicamente en un mecanismo para asumir una determinada
cultura laboral, en la que tiene lugar una enseñanza clínica que transmite un
cierto conocimiento formal institucional.
¿Cómo evitar que en las prácticas
de enseñanza (el componente práctico de la formación) se haga una inducción a
la obsolescencia y no a la innovación?
Sin caer en el exceso de
magnificar la importancia de las prácticas para el desarrollo del conocimiento
profesional, hemos de considerar éstas no únicamente como una asignatura más
sino que hay que reformularlas teniendo en cuenta un replanteamiento de las
relaciones que el alumno en periodo de formación inicial tiene con la realidad
de un centro docente:
• Las prácticas en las instituciones
educativas han de favorecer una visión integral de estas relaciones y han de
conducir necesariamente a analizar la estrecha relación dialéctica entre teoría
y práctica educativa.
• Las prácticas han de ser el eje
central sobre el que pivote la formación del conocimiento profesional base del
profesorado.
• Las prácticas han de ser un revulsivo de los
planteamientos teórico-prácticos formales, de manera que permitan al alumnado
ir interpretando, reinterpretando y sistematizando su experiencia pasada y
presente, tanto intuitiva como empírica. Habría que renunciar a las prácticas
docentes del alumnado de formación inicial que supongan simplemente un proceso
acrítico; y por el contrario habría que potenciar un análisis teórico y de
contraste de ideas con la realidad observada. Esto implica efectuar un análisis
de las prácticas para valorar los supuestos que subyacen a ellas, aprendiendo a
descodificarlas y a contextualizarlas.
Es necesario, pues, destronar el
predominio de la enseñanza simbólica y entronizar a una enseñanza más directa,
introduciendo en la formación inicial una metodología que esté presidida por la
investigación-acción como importante proceso de aprendizaje de la reflexión
educativa, y que vincule constantemente teoría y práctica. También resultará
necesaria una formación flexible, el desarrollo de una actitud crítica que
englobe formas de cooperación y colegiación, una constante receptividad hacia
todo lo que sucede, ya que la formación inicial ha de preparar para una
profesión que demanda continuar estudiando durante toda la vida profesional,
incluso en ámbitos que, en esta etapa de su formación, ni siquiera sospechan.
No se trata pues de aprender un “oficio” en el que predominan estereotipos
técnicos sino que se trata de aprehender los fundamentos de una profesión, lo
que quiere decir saber por qué se llevan a cabo unas determinadas acciones, o
porque se adoptan unas actitudes en concreto, y cuándo y por qué será necesario
hacerlo de un modo distinto. En la formación para la adquisición del
conocimiento profesional pedagógico base el cambio debe tener un espacio, y no
hemos de temer a la utopía. Muchas de las cosas que hoy día son realidad
parecían utópicas sólo hace unos años. La formación del docente de cualquier
etapa educativa no puede permitir que las tradiciones y costumbres, que se han
ido perpetuando a lo largo del tiempo, impidan desarrollar y poner en práctica
una conciencia crítica ni que obstaculicen la generación de nuevas alternativas
que hagan posible una mejora de la profesión. 4. El conocimiento profesional
llega a la práctica educativa En esta etapa, la consolidación del conocimiento
profesional educativo mediante la práctica se apoya en el análisis, la
reflexión y la intervención sobre situaciones de enseñanza y aprendizaje
concretas y, por supuesto, en un contexto educativo determinado y específico.
Cuando se relaciona conocimiento profesional con el elemento contexto
educativo, las características de aquél se enriquecen con infinidad de matices
que no era posible adelantar cuando se trata de un contexto ideal o simulado.
Es en un contexto específico donde el conocimiento profesional se convierte en
un conocimiento experimentado mediante la práctica, o sea el trabajo,
interviniendo en los diversos marcos educativos y sociales en los que se
produce la docencia. Y cuando hablamos de marcos educativos y sociales nos
referimos tanto a los lugares concretos (instituciones educativas) como a los
ambientes sociales y laborales en los que se produce la educación (comunidad).
En ese conocimiento profesional interactúan múltiples indicadores: la cultura
individual y de las instituciones educativas, la comunicación entre el
profesorado y personal no docente, la formación inicial recibida, la
complejidad de las interacciones de la realidad, los estilos de liderazgo
escolar que se establecen en cada contexto, las relaciones y la comprensión por
parte de la comunidad escolar, las relaciones y los sistemas de apoyo de la
comunidad profesional, etc. Es el escenario profesional donde se aplican las
reglas de la práctica, donde el conocimiento profesional imaginario, intuitivo
o formal se hace real y explícito. Ésta realidad es fundamental en la
generación de conocimiento pedagógico y, como se da en un escenario complejo,
las situaciones problemáticas que aparecen en él no son únicamente
instrumentales ya que obligan al profesional de la enseñanza a elaborar y
construir el sentido de cada situación (Schön, 1992, 1998), muchas veces única
e irrepetible. Con el contacto con la práctica educativa ese conocimiento
profesional se ve enriquecido con otros ámbitos: moral y ético (por todas las
características políticas de la educación); toma de decisiones (discernimiento
sobre lo que hay que hacer en situaciones determinadas (disciplina, evaluación,
selección, acreditación, etc.); etc. Esa creciente complejidad social y
educativa de la educación (aún más en el futuro) debería provocar que la
profesión docente se hiciera, en consonancia, menos individualista y más
colectiva, superando el punto de vista estrictamente individual aplicado al
conocimiento profesional, en el que la colaboración entre los compañeros está
ausente ya que el profesorado se convierte en instrumento mecánico y aislado de
aplicación y reproducción, con unas competencias que se limitan a la aplicación
técnica en su aula. La colaboración a la que nos referimos, en el sentido de
construir un conocimiento profesional colectivo, requiere desarrollar en esa
etapa de inducción o de inmersión en la docencia instrumentos intelectuales para
facilitar las capacidades reflexivas colectivas sobre la propia práctica
docente, y cuya meta principal no es otra que aprender a interpretar,
comprender y reflexionar sobre la enseñanza y la realidad social de forma
comunitaria. Instrumentos intelectuales que pueden ser desarrollados con la
ayuda de los compañeros más experimentados mediante una tutorización o
mentorización. Y ello se ha de facilitar a través de los mecanismos y los
procesos de formación permanente del profesorado.
El conocimiento profesional se
legitima o cuestiona mediante la formación
permanente. Decíamos anteriormente que ya no podemos entender la formación
permanente únicamente como la actualización científica, pedagógica y cultural
del profesorado sino sobre todo como el descubrimiento de la teoría para
ordenarla, fundamentarla, revisarla y destruirla si fuera preciso. Remover el
sentido común pedagógico. Recomponer el equilibrio entre los esquemas prácticos
y los esquemas teóricos sustentadores.
La formación permanente del profesorado
debe ayudar a desarrollar un conocimiento profesional que permita al
profesorado: evaluar la necesidad potencial y la calidad de la innovación
educativa que hay que introducir constantemente en las instituciones;
desarrollar destrezas básicas en el ámbito de las estrategias de enseñanza en
un contexto determinado, de la planificación, del diagnóstico y de la
evaluación; suministrar las competencias para ser capaces de modificar tareas
educativas continuamente, en un intento de adaptación a la diversidad y al
contexto del alumnado; comprometerse con el medio social. Todo esto supone una
formación permanente que desarrolle procesos de indagación colaborativa para el
desarrollo de la organización, de las personas y de la comunidad educativa que
las envuelve. Esa formación permanente se caracterizaría por estar fundamentada
en el futuro en diversos pilares o principios:
• Aprender continuamente de forma
colaborativa, participativa; esto es, analizar, probar, evaluar, modificar...
conjuntamente con otros colegas y miembros de la comunidad.
• Conectar los conocimientos producto de la
socialización vulgar con nuevas informaciones en un proceso coherente de
formación (adecuación de las modalidades a la finalidad formativa) para
rechazar o aceptar los conocimientos en función del contexto.
• Aprender mediante la reflexión
individual y colectiva y la resolución de situaciones problemáticas de la
práctica. Es decir, partir de la práctica del profesorado, realizar un proceso
de práctica teórica.
• Aprender en un ambiente
formativo de colaboración y de interacción social: compartir problemas,
fracasos y éxitos con los colegas.
• Elaborar proyectos de trabajo
conjunto y vincularlos a la formación mediante estrategias de
investigación-acción.
Y todo esto se conseguirá
mediante unos procesos en los que
tenga lugar:
- Un mayor abandono del individualismo y
celularismo escolar en la cultura profesional docente.
- Una predisposición a una revisión crítica de
la propia práctica educativa mediante procesos de reflexión y análisis crítico.
- Unas modalidades de formación
adecuadas a lo que el profesorado tiene como finalidad formativa.
- Una búsqueda del significado de las acciones
educativas, que hay que compartir con los equipos docentes teniendo en cuenta
el contexto en el cual se forma.
- La formación como proceso de
definición de principios y de elaboración de un proyecto educativo conjunto que
prevea el uso de actividades educativas más adecuadas para el cambio educativo.
- Una formación en el puesto de trabajo, desde
dentro de la institución educativa. Todo ello comporta revisar críticamente los
contenidos y los procesos de la formación permanente del profesorado para que
generen un conocimiento profesional activo y no pasivo y no dependiente ni
subordinado a un conocimiento externo. Entre las características necesarias
para promover ese conocimiento profesional activo, la formación permanente no
ha de ofrecer únicamente nuevos conocimientos científicos sino sobre todo
procesos relativos a metodologías de participación, proyectos, observación y
diagnóstico de los procesos, estrategias contextualizadas, comunicación, toma
de decisiones, análisis de la interacción humana. Desde esta perspectiva, la
docencia incorpora un conocimiento profesional que permite crear procesos
propios, autónomos, de intervención, en vez de buscar una instrumentación ya
elaborada. Para ello será necesario que el conocimiento sea sometido a crítica
en función de su valor práctico, del grado de conformidad con la realidad y
analizando los presupuestos ideológicos en los cuales se basa. Un proceso que
ha de comportar una coherencia en el desarrollo de la aplicación de ese
conocimiento pedagógico, partiendo del análisis de la situación: analizar
necesidades, expectativas, problemas, demandas... Analizar los "problemas
profesionales y personales", es decir, partir de éstos y de una
metodología de resolución de problemas profesionales. El conocimiento
profesional consolidado mediante la formación permanente se apoya tanto en la
adquisición de conocimientos teóricos y de competencias y rutinas, como en el
desarrollo de capacidades de procesamiento de la información, análisis y
reflexión crítica en, sobre y durante la acción, diagnóstico, decisión
racional, evaluación de procesos y reformulación de proyectos.
La profesión docente ante los
desafíos de una sociedad globalizada
El debate y el análisis de los aspectos
anteriores, cada vez más presentes en el sistema social y educativo, debe
desarrollarse teniendo cuenta el nuevo marco social: la realidad de la
desregularización social y económica, las ideas y prácticas neoliberales, la
tan manida globalización, los
indicadores de rendimiento para medir la calidad educativa, la falsa autonomía
educativa y el avance del gerencialismo educativo, etc.
En este sentido es necesario establecer un
debate sobre el análisis de las relaciones de poder y sobre las alternativas de
participación (autonomía, colegialidad...) en la profesión docente. En un
primer momento destacan tres ideas clave que hay que analizar en el debate
profesional: - La primera es la existencia o no de un conocimiento profesional
del profesorado, entendido como la asunción por parte de los docentes y de los
implicados en el proceso educativo del control y autonomía sobre el proceso y
organización del trabajo que se lleva a cabo en las instituciones educativas.
¿Es posible ese conocimiento profesional más autónomo, para aumentar la
consideración y estatus profesional y social? ¿Es posible la elaboración de
verdaderos proyectos de centro mediante la explicitación de los intereses de
los distintos agentes que permitan una verdadera participación más allá de la
mera participación normativa y legal que potencia una colegialidad artificial?
- La segunda idea cuestiona la legitimación oficial de la transmisión del
conocimiento escolar que antes era inmutable pero no en la actualidad; y como
consecuencia, el de la estructura de la profesión docente que podía ser
adecuada a una época preindustrial o industrial pero que hoy día tiene la
necesidad de poner en contacto a la comunidad educativa con los diversos campos
y vías del conocimiento, y de la experiencia. La institución educativa ha de
compartir el conocimiento que transmite con otras instancias sociales.
Zeichner (1999:85) nos dice que: “Otros trabajos
en esa línea (se refiere a la participación de la comunidad) han demostrado que
una de las claves para el éxito académico en las escuelas, sobre todo para los
alumnos de color y para aquellos de baja posición socioeconómica, es la
interacción positiva entre los miembros de la comunidad y el personal de la
escuela que puede surgir de la participación significativa de la comunidad en
la toma de decisiones escolares”. - La tercera idea es el cuestionamiento de la
institución escolar tal y como se está estructurando, y por supuesto, podemos
extenderlo a la organización de la formación de la profesión en el Sistema
Educativo. La profesión docente ha sido un campo abonado de misticismos, de
conocimiento repleto de contradicciones. Se ha avanzado más en el terreno de
las ideas y las palabras que en el de las prácticas organizativas alternativas.
Es necesario desarrollar nuevas prácticas alternativas basadas en la verdadera
autonomía y colegialidad como mecanismos de participación democrática de la
profesión que permitan vislumbrar nuevas formas de entender la profesión,
desvelar el currículum oculto de las estructuras educativas y descubrir otras
maneras de ver la profesión docente, el conocimiento profesional necesario, la
escuela y su organización educativa. Para ello hemos de comprender qué ocurre
ante las especificidades relativas a las áreas del currículo, a las estructuras
espaciotemporales que impiden nuevas culturas organizativas, a la participación
activa de la comunidad, a la dinámica y comunicación de los grupos, a la
escolarización pública, a la veloz implantación de las nuevas tecnologías de la
información, a la integración escolar de niños y niñas con necesidades
educativas especiales, o al fenómeno intercultural. Ello condiciona el
conocimiento profesional que hay que asumir: ¿Qué tipo de profesional y de
institución educativa queremos para el futuro? El tema continúa vigente.
CUESTIONES
A REFLEXIONAR POR ESCRITO
1. Es necesario que reflexionemos
sobre nuestro pasado como alumno o alumna. Una reflexión por escrito, o un
diálogo con los compañeros, nos ayudará a descifrar ciertos estereotipos que
tenemos sobre la forma de enseñar y dejará entrever nuestro conocimiento vulgar
de la enseñanza.
2. ¿Por qué se argumenta en el
texto que la educación actual, y sobre todo la del futuro, se hace más compleja
y que, por tanto, la profesión de enseñar es más dificultosa y ha de variar
profundamente respecto a las prácticas educativas pasadas?
3. Qué sugiere como reflexión de una nueva
profesionalización del profesorado el siguiente texto: Todo esto implica
considerar al profesorado como un agente dinámico curricular, lo cual le ha de
permitir tomar decisiones, desarrollar el currículum de forma descentralizada y
elaborar proyectos y materiales curriculares de forma colaborativa, situando el
proceso en un contexto específico controlado por él. La posibilidad de
innovación en el campo del currículum en los centros no puede plantearse
seriamente sin un nuevo concepto de profesionalización del profesorado en una cultura
que debe romper con inercias y prácticas del pasado y que se asumen pasivamente
como elementos intrínsecos de la profesión, y esa nueva cultura genera nuevas
necesidades y reivindicaciones a tener en cuenta.
4. ¿A qué nuevas necesidades y
reivindicaciones se refiere el texto anterior?
5. La formación inicial del
profesorado debería suministrar un conocimiento profesional base y la formación
permanente un conocimiento profesional especializado. Es interesante
reflexionar sobre las diferencias de las dos tipologías de formación y sobre
cómo todo docente ha de marcarse una carrera profesional en la que será
necesario transitar constantemente por una formación que le permita consolidar
un conocimiento profesional especializado.
6. Actualmente se aboga, en una educación
democrática, por un paradigma de la colaboración para contrarrestar un
paradigma de la individualidad y de la competitividad promocionado por una
sociedad neoliberal, regida por las leyes del mercado. ¿Cuáles serían los
componentes educativos de ese paradigma de la colaboración? Es interesante
reflexionar no únicamente sobre la educación de la infancia sino también sobre
el trato con los compañeros de trabajo y con la comunidad.
Bibliografía comentada
• Ferry, G. (1987) El trayecto de
la formación. Los enseñantes entre la teoría y la práctica. Barcelona. Paidós.
Aunque el libro tiene sus años, continua vigente su lectura ya que propone una
descripción de los diversos temas que se abordan en la formación del
profesorado. Desarrolla tres modelos de formación en la adquisición de
conocimiento pedagógico, uno centrado en las adquisiciones y orientado a la
competencia; otro centrado en los procesos que privilegia la experiencia; y un
tercero centrado en el análisis. Fue uno de los primeros publicados sobre
formación del profesorado en lengua española
• Pérez, A.; Barquín, J.; Angulo, F. (1999),
Desarrollo profesional del docente. Política, investigación y práctica. Madrid.
Akal. El libro se presenta como un manual de cierta exhaustividad donde una
gran cantidad de autores, nacionales y extranjeros, analizan los tres campos
básicos en la formación docente y en la profesión educativa: la política, la
investigación y la práctica educativa. Texto interesante por la calidad y la
cantidad de aportaciones sobre los temas del profesorado.
• Popkewitz. Th.S. (Editor) (1990), Formación
del profesorado. Tradición. Teoría y práctica. Valencia. Universidad de
Valencia. Texto colectivo en donde se recogen aportaciones sobre la profesión
docente y su formación. Los diversos autores tratan ampliamente los temas de la
profesionalidad del profesorado y de la formación cultural y social de éstos
desde diversos ángulos: Histórico, ideológico, institucional… dedicando la
última parte del texto a las alternativas a la formación del profesorado.
• Schön, D. (1993), La formación
de profesionales reflexivos. Barcelona. Paidós.
• Schön, D. (1998), El profesional reflexivo.
Barcelona. Paidós. Los dos textos de Schön, aunque en muchos de sus ejemplos no
se refieren a la formación del profesorado establecen las bases y propuestas
para una formación de un profesional basado en la reflexión en la acción y
sobre la acción. Es de destacar los dos textos por la impronta que ha ejercido
en la formación del profesorado de los últimos años y en el desarrollo del
concepto del profesor reflexivo y, por tanto, de una formación que le capacite
y le posibilite para ello.
Referencias bibliográficas
Abbott, A. (1988): The System of Professions.
Chicago. University of Chicago Press.
Connelly,
F. M. y Cladinin, J. (1985): “Personal practical knowledge and the modes of
knowing: relevance for teaching and learning” en Eisner, E. (Ed.), Learning the
ways of knowing. The 1985 yearbook of the naturak society for the study of
education. Chicago. University of Chicago press.
Elbaz, F
(1983), Teacher thinking. A study of practical knowledge. London. Croom helm.
Gutmann, A. (1987): Democratic Education. Princeton. Princeton University
Press.
Labaree, D.F. (1999): “Poder,
conocimiento y racionalización de la enseñanza: Genealogía del movimiento por
la profesionalidad docente”, en Pérez, A.; Barquín, J.; Angulo, F., Desarrollo
profesional del docente. Política, investigación y práctica. Madrid. Akal.
Lortie, D. (1975), The
Schoolteacher. A sociological Study. Chicago. University of Chicago Press.
Pérez, A. (1988): “El pensamiento práctico del profesor. Implicaciones en la
formación del profesorado” en Villa, A. (Ed.), Perspectivas y problemas de la
función docente. Madrid. Narcea.
Schön, D. (1993), La formación de
profesionales reflexivos. Barcelona. Paidós.
Schön, D. (1998), El profesional
reflexivo. Barcelona. Paidós.
Zeichner, K. y Gore, J. (1990): “Teacher
Socialization”, en Houston, R. (Ed.), Handbook of Research on Teacher
Education. New York. Macmillan.
Zeichner, K. (1999): “Contradicciones y
tensiones en la profesionalización docente y en la democratización de las
escuelas” en Pérez, A.; Barquín, J.; Angulo, F., Desarrollo profesional del
docente. Política, investigación y práctica. Madrid. Akal.
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